Ser un conquistador, para los ojos del mundo, constituye la causa
de la vida de Alejandro Magno. Sin embargo, la autora vincula la vida de Alejandro
con el deseo materno y lo mortificante de la pulsión.
Relaciones magnas
* Lic. Gabriela Alluz
“Es preciso que los lectores
recuerden que no he aprendido a escribir de las historias, sino sólo de las
vidas; y las hazañas más fuertes y gloriosas no siempre son las que mejor
muestran el vicio o la virtud del hombre; sino que muchas veces una cosa
ligera, una palabra o un juego, saca a la luz el carácter de los personajes
mucho mejor de que lo haría el relato de derrotas en las que hayan perecido
diez mil hombres o de grandes batallas o de conquistas de ciudades mediante
asedio o asalto…..”
PLUTARCO, Vida de Alejandro.
Si
existe un héroe de la Antigüedad, este es sin duda Alejandro Magno; el joven
rey de Macedonia que simboliza el fin de la Grecia clásica y la instauración de
la cultura helenística. La breve y loca
aventura de este conquistador mítico se desarrolló entre los años 336 y 323
a.C, o sea que nos remitimos a una época donde hablar de dioses, poder y gloria
era lo habitual.
En
esa gran civilización griega nació Alejandro III.
“En el destino de un ser humano
no hay nada más importante que las leyendas que han acunado su más tierna
infancia, por mas inteligente que se vuelva. Todas ellas participan de la
nebulosa que constituye su inconsciente, que determina en parte su personalidad
futura. Este fue el caso del hijo de Filipo II : fue educado en la creencia de
que era hijo del más grande de los dioses, un dios doble, egipcio- griego; que
era más que un hijo de Zeus, lo que implicaba la genealogía legendaria de su
padre y la de su madre, porque también era hijo del Amón egipcio, lo que le
daba una superioridad indiscutible sobre todos los reyes, griegos o persas, de
la historia, e incluso sobre su padre que sólo podía invocar a Zeus como
antepasado mítico.” (Alejandro Magno. Ensayo biográfico. Roger Caratini).
Cuando
alguien nace, no nace sujeto, nace como diría Lacan, en un baño de lenguaje y
el inconciente es el discurso del Gran Otro; tal como afirma Miller “el lenguaje
precede al sujeto” aún dice, ubicando el momento en que todavía no habla, la
articulación significante está allí.
El sujeto es más hablado que hablante, está
determinado por el lenguaje.
En la historia de Alejandro se observa
claramente el discurso que lo habitó desde antes de su nacimiento fue educado
en la creencia de que era hijo del más grande de los dioses, que le daba una
superioridad indiscutible aún sobre su propio padre…estos significantes que lo
precedieron serán su serán su llamado a
ser, serán su insignia.
El
llamado supone al otro; para que el grito se convierta en llamado, dice Miller,
se necesita el acuse de recibo del Otro, hace falta el reconocimiento de la
identidad del sujeto por parte del Otro, hay un Otro que responde, la respuesta
materna indica que se trata de
reconocer que el grito no es solo una
secreción orgánica sino que “se quiere decir algo” que representa al sujeto.
Se trata del primer reconocimiento en que hay
significante donde se creía que había realidad, lo que Miller denomina mutación
significante, es decir el proceso de significantización introducido por la
transformación del grito en llamado.
Si
la respuesta del Otro hace emerger al sujeto, también podemos afirmar que el
grito crea al otro, crea el espacio de resonancia; entonces se denomina insignia a “las marcas de la respuesta” del Otro.
El S1 marca el llamado como pregunta, cuya
emergencia está determinada por la respuesta S2, este significante de la
respuesta es el significante Unario.
¿Cómo se articulan los significantes en la
vida de Alejandro Magno?
La historia cuenta que Olimpia, su madre, era
una mujer exigente, vengativa, devoradora, como lo relatan algunos textos, que hizo de su hijo su causa.
A su
vez, esta madre, es una mujer que
enfrenta y desestima al padre, al punto de negar su paternidad
diciéndole: “En nombre de los dioses, jamás será tuyo, en mi útero llevé a mi
vengador”.
Estas
palabras de la madre, a modo de oráculo, vaticinan el destino de Alejandro y lo
determinan a cumplir con el deseo materno, la demanda materna cobra un carácter
de mandato.
La
sustitución metafórica de madre por padre es, para Lacan, la condición de
normativización del sexo del varón. Se supone que si no hay esta sustitución de
madre por padre, el sujeto queda enganchado a este deseo imposible de la madre.
Loco, no porque las madres deseen cosas locas, sino porque es loca la
posibilidad de satisfacción.
Alejandro
queda así alienado al deseo materno, alienado a su destino, por lo tanto al
discurso del Otro. Responde con un “me quiere conquistador”. Aquí distinguimos
claramente la respuesta a la pregunta materna ¿Qué me quieren? Aparece el llamado que representa al sujeto y
que marca su destino, se arma un nombre
que da un sentido a su existencia.
Lacan
dice al respecto “Si el sujeto es, lo que afirmo en mi enseñanza el sujeto
determinado por el lenguaje y la palabra, esto quiere decir, que el sujeto, en
el inicio, empieza en el lugar del Otro, en tanto es el lugar donde surge el
primer significante.” Más adelante explicará, “un significante es lo que
representa un sujeto”, ¿ante quién? “No
ante otro sujeto sino ante otro significante.”
“El
sujeto es ese surgimiento que, justo antes, como sujeto no era nada, y que
apenas aparece queda fijado como significante.”
El
S1 emerge cuando la identificación simbólica se separa de la imaginaria e
introduce la identificación del sujeto como falta en ser, Lacan lo llamó “rasgo
unario”, que en tanto significante unario el S1 es como el Sujeto, el resultado
de un borramiento, es lo que queda cuando se perdió todo.
Alejandro
queda así marcado por un significante primordial, un S1 que va a comandar y
regir toda la cadena de significantes, ser un conquistador. Con ello vemos como
responde al deseo materno y hace de ello la causa de su vida.
Es fundamental distinguir demanda y deseo,
depende del Otro, de la escucha del Otro,
hay que tomar el deseo al pie de la letra; permitir que el deseo se
desprenda, dar lugar a que, lo que aparentemente quiere decir algo, esconde
otra significación.
Miller
plantea que hay dos identificaciones, S1 y S2,
la identificación constituida se sitúa en S1 (yo ideal) y la
identificación constituyente en S2 (ideal del yo).
En
la identificación constituída se trata de los efectos engendrados por la
respuesta del otro, opuesto al Ideal del yo. Lo singular de la identificación
es que pide ser considerado de una manera diferente, según se trate del
operador de la identificación que es el Otro (S2) o del lado del sujeto (S1) que es la constituída.
En
relación a lo que es del lado del Sujeto, de la identificación constituida,
vemos una escena fundamental en la historia de Alejandro donde el padre,
Filippo, lo previno de los designios de su madre, diciéndole: “Puedes tener una
vida larga pero sin gloria, o una vida corta y con gloria, como los dioses,
pero, no hay gloria sin sufrimiento y tu madre no permitirá eso”. El padre
permite a Alejandro realizar una elección, propicia una salida: morir joven y
glorioso, con ello se evidencia la operación de separación, fundamental para la
constitución del sujeto.
De
lo que se trata dice Miller, es de
captar en lo que el sujeto dice, desde donde se identifica el sujeto, cual es
la identificación que cuenta, que lo comanda, ubicar desde donde el sujeto se
mira, lo que Freud denominó como ideal del yo, que sería más bien, según
Miller, un ideal del sujeto que
concierne al yo.
Lo
que es del orden de la identificación constituyente, del Ideal del Yo, en la
historia de Alejandro es que éste logró lo que ningún emperador en la historia
pudo conseguir, creó un magnífico imperio llegando a territorios impensados, sin embargo, la causa de semejante travesía
fue el intento de separarse de esta madre que signó su destino.
¿El
se-pararse no sería acaso lo que Lacan toma del latín en sus dos sentidos: por
un lado vestirse, como defenderse, procurarse lo necesario para que los demás
se cuiden de uno, y por otro lado parir, advenir al mundo?
Ese
se-pararse le permite a Alejandro no ser tragado por su madre, en toda su
historia se evidencia como está privilegiada la pulsión oral.
Lacan dirá “lo fundamental de cada pulsión es
el vaivén con que se estructura”. Devorar y ser devorado, conquistar y ser
conquistado, el carácter circular de la pulsión. También en sus ansias de poder y de conquista
se manifiesta su propia voracidad, en su acción de ir cada vez por más se
evidencia el carácter repetitivo y devastador de la pulsión (automatom).
La otra cara del objeto se manifiesta en su
vertiente propiciatoria a través de lo invocante, como seducía a sus guerreros por medio de la
palabra, diciéndoles “el miedo a la muerte los hará vencer”. Toda su vida peleó
para liberarse del miedo, miedo que se asocia con el horror a la castración.
Podemos
situar, en el suceso del asesinato a Clito, el encomendado por su padre para
cuidar de sus espaldas, su mejor amigo, se produce la tyché, ese malencuentro,
ese encuentro fallido. Alejandro se angustia, queda recluido, no quiere ver a
nadie, allí comienza entonces una
carrera desenfrenada hacia la muerte, toma decisiones alocadas, se enfrenta a
ejércitos imposibles de vencer,
desafiando el peligro, exponiéndose sin límite, hasta que consigue ser
brutalmente herido; es luego de esa batalla crucial donde, finalmente, toma una
decisión: la de regresar a su tierra, sin embargo, nunca pudo retornar.
¿No habría en estas relaciones magnas un juego
que lo deja sin relación? ¿No lo encontramos en la imposibilidad, volviendo siempre hacia esa tensión de la
batalla que le impone esta pulsión, a la que no alcanzan diez mil griegos a
ponerle límite?
Cuando
hace lazo; amigos, culturas, aún podemos percibir lo vitalizante, hasta que su
último refugio lo abandona, Hefestión, su fiel amante, conduciéndolo a su
propia muerte.
Para
los ojos del mundo Alejandro Magno es considerado como el “Gran” conquistador,
aquel que creó un magnífico imperio llegando a territorios impensados, sin
embargo descubrimos que la vida de este gran héroe estuvo signada de forma
trágica por el carácter mortificante de la pulsión.
¿Cuánto
de Alejandro vamos llevando en estas búsquedas irrefrenables de un destino que
no está en otro lugar más que en aquel grito que nos llamó a ser... aún cuando
no éramos nadie?
* Lic. Gabriela Alluz
Psicóloga. Miembro de
la Comisión Directiva
del CID Santiago del
Estero