>> Síntoma, fantasma y toxicomanía. Creencia en el síntoma >> Por: Sebastián Ibañez.

Tal como lo menciona el titulo de este breve trabajo se intenta poder dar cuenta de la diferenciación y a la vez de la articulación entre estos tres conceptos fundamentales de la clínica psicoanalítica.

En primer lugar diremos que el  fantasma, tal como lo sostiene Miller en su libro “Dos dimensiones  clínicas: síntoma y fantasma”  se lo puede ubicar como lo que cubre la angustia suscitada por el deseo del Otro, el fantasma como un defensa ante lo real del goce, y a su vez, la angustia misma aparece cuando hay un desfallecimiento de la cobertura fantasmática. Ante el desfallecimiento del fantasma, el sujeto elegiría como posible salida o  solución, entre tantas otras, (una de ellas podría ser el síntoma) la vía por el consumo del objeto droga, realizando una ruptura con el Otro, en tanto este consumo, implica una manera de taponar la falta y la pregunta por el deseo del Otro.

En este sentido, el goce toxicómano es a-sexuado, se encuentra por fuera del  falo, de la medida.  Es un goce que no pasa por el Otro sexo, que supone tener que pasar por el encuentro con el cuerpo del otro y que implica la diferencia.  Ese pasar por el otro supone poner  en función al falo. Es un goce que pasa por el cuerpo propio y que se inscribe bajo la rúbrica del “puro autoerotismo”, un goce cínico que rechaza al Otro, que rehúsa que el goce del cuerpo propio sea metaforizado por el goce del cuerpo del Otro y que opera como cortocircuito. Ruptura con que lo que anuda lo real del cuerpo al significante.

La especificidad del goce toxicómano en efecto, no pasa por el Otro, pero tampoco por el goce fálico, rompe con lo fálico. Miller dice, es “la huida” ante el hecho de plantearse problemas sexuales”. Es un goce que lleva a la muerte literalmente, es el goce a secas. Un  goce que prescinde del Otro y de lo fálico, esto muestra de manera patética una satisfacción que no sirve para nada.

Miller sostiene que el fantasma seria una máquina para transformar el goce en placer, para domarlo, pues por su propio movimiento el goce no se dirige hacia el placer sino hacia el displacer. Más allá del principio de placer lo que hay es una dimensión de goce y el fantasma aparece como un medio para articularla con la correspondiente al principio de placer, fijando al sujeto un objeto.

El encuentro con la droga se situaría, por ende, en el lugar de la falta de referente fijo para la pulsión: allí donde hay vacio, surge la droga posibilitando que el sujeto evite volver a confrontarse con la castración, con la imposibilidad de la no relación sexual, que se traduce en  una  pregunta por el Otro sexo.

La ruptura con las particularidades del fantasma, implica una ruptura con aquello que el fantasma supone objeto del goce en tanto que incluye la castración. Mientras  la toxicomanía es un uso del goce fuera del fantasma, ella no toma sus caminos complicados de fantasma. Se produce una ruptura con el goce fálico, con el matrimonio con el pequeño hace-pipi. Esto trae como consecuencia  que en el caso de  las toxicomanías se puede gozar sin el fantasma.
El síntoma por su parte implica un llamado al Otro, en tanto es una formación del inconsciente que esconde una trama y una textualidad. El síntoma tiene estructura de lenguaje en tanto en él a operado metáfora y metonimia, es decir que se forma como sustituto. Efecto de una inscripción fálica que hace del síntoma una articulación significante. Formación de compromiso que se erige como salida o resolución de un conflicto entre fuerzas e instancias. El síntoma conlleva en su núcleo un conflicto de fuerzas. Por lo cual lo hace diferente del fantasma y la toxicomanía.

El encuentro con la droga que conduce a un sujeto a decirse “drogadicto” permite de alguna manera, obturar de  la angustia que le provoca su confrontación con el deseo del Otro, la que pondría sobre la mesa la  cuestión del goce  sexual.

La droga vendría al lugar en el que el fantasma se ha desestabilizado y  justo antes de que se produjera el síntoma que constituiría el llamado al Otro, se produce la iniciación.

El síntoma es una formación de compromiso, la toxicomanía seria una formación que rompe la transacción en beneficio de la satisfacción pulsional o goce, implica una ruptura con el goce fálico. Goce fálico que acota en el síntoma.

Las toxicomanías plantean una serie de desafíos a  la clínica analítica en tanto que el trabajo con pacientes adictos se suele encontrar en el inicio de la consulta una cuestión que por la negativa o por la positiva refiere al “ser” del sujeto “soy toxicómano” o bien “no soy alcohólico”. En tanto que estos, son significantes que el Otro social inscribe, y con los cuales el sujeto se identifica.


La función del analista seria tomar  el “soy toxicómano”, “soy drogadicto” a nivel del significantes y no del signo, pudiendo de esta manera hacer de la toxicomanía  un síntoma que venga a interpelar e interrogar al sujeto.