Tal como lo menciona el
titulo de este breve trabajo se intenta poder dar cuenta
de la diferenciación y a la vez de la articulación entre estos tres conceptos fundamentales
de la clínica psicoanalítica.
En primer lugar diremos
que el fantasma, tal como lo sostiene
Miller en su libro “Dos dimensiones clínicas: síntoma y fantasma” se lo puede ubicar como lo que cubre la
angustia suscitada por el deseo del Otro, el fantasma como un defensa ante lo
real del goce, y a su vez, la angustia misma aparece cuando hay un
desfallecimiento de la cobertura fantasmática. Ante el desfallecimiento del
fantasma, el sujeto elegiría como posible salida o solución, entre tantas otras, (una de ellas
podría ser el síntoma) la vía por el consumo del objeto droga, realizando una
ruptura con el Otro, en tanto este consumo, implica una manera de taponar la
falta y la pregunta por el deseo del Otro.
En
este sentido, el goce toxicómano es a-sexuado, se encuentra por fuera del falo, de la medida. Es un goce que no pasa por el Otro sexo, que
supone tener que pasar por el encuentro con el cuerpo del otro y que implica la
diferencia. Ese pasar por el otro supone
poner en función al falo. Es un goce que
pasa por el cuerpo propio y que se inscribe bajo la rúbrica del “puro autoerotismo”,
un goce cínico que rechaza al Otro, que rehúsa que el goce del cuerpo propio
sea metaforizado por el goce del cuerpo del Otro y que opera como cortocircuito.
Ruptura con que lo que anuda lo real del cuerpo al significante.
La
especificidad del goce toxicómano en efecto, no pasa por el Otro, pero tampoco
por el goce fálico, rompe con lo fálico. Miller dice, es “la huida” ante el
hecho de plantearse problemas sexuales”. Es un goce que lleva a la muerte
literalmente, es el goce a secas. Un
goce que prescinde del Otro y de lo fálico, esto muestra de manera
patética una satisfacción que no sirve para nada.
Miller
sostiene que el fantasma seria una máquina para transformar el goce en placer,
para domarlo, pues por su propio movimiento el goce no se dirige hacia el
placer sino hacia el displacer. Más allá del principio de placer lo que hay es
una dimensión de goce y el fantasma aparece como un medio para articularla con
la correspondiente al principio de placer, fijando al sujeto un objeto.
El encuentro con la
droga se situaría, por ende, en el lugar de la falta de referente fijo para la
pulsión: allí donde hay vacio, surge la droga posibilitando que el sujeto evite
volver a confrontarse con la castración, con la imposibilidad de la no relación
sexual, que se traduce en una pregunta por el Otro sexo.
La ruptura con las
particularidades del fantasma, implica una ruptura con aquello que el fantasma
supone objeto del goce en tanto que incluye la castración. Mientras la toxicomanía es un uso del goce fuera del
fantasma, ella no toma sus caminos complicados de fantasma. Se produce una
ruptura con el goce fálico, con el matrimonio con el pequeño hace-pipi. Esto
trae como consecuencia que en el caso
de las toxicomanías se puede gozar sin
el fantasma.
El síntoma por su parte
implica un llamado al Otro, en tanto es una formación del inconsciente que esconde
una trama y una textualidad. El síntoma tiene estructura de lenguaje en tanto
en él a operado metáfora y metonimia, es decir que se forma como sustituto.
Efecto de una inscripción fálica que hace del síntoma una articulación
significante. Formación de compromiso que se erige como salida o resolución de
un conflicto entre fuerzas e instancias. El síntoma conlleva en su núcleo un
conflicto de fuerzas. Por lo cual lo hace diferente del fantasma y la toxicomanía.
El encuentro con la
droga que conduce a un sujeto a decirse “drogadicto” permite de alguna manera, obturar
de la angustia que le provoca su
confrontación con el deseo del Otro, la que pondría sobre la mesa la cuestión del goce sexual.
La droga vendría al
lugar en el que el fantasma se ha desestabilizado y justo antes de que se produjera el síntoma que
constituiría el llamado al Otro, se produce la iniciación.
El síntoma es una
formación de compromiso, la toxicomanía seria una formación que rompe la
transacción en beneficio de la satisfacción pulsional o goce, implica una
ruptura con el goce fálico. Goce fálico que acota en el síntoma.
Las toxicomanías plantean
una serie de desafíos a la clínica
analítica en tanto que el trabajo con pacientes adictos se suele encontrar en
el inicio de la consulta una cuestión que por la negativa o por la positiva
refiere al “ser” del sujeto “soy toxicómano” o bien “no soy alcohólico”. En
tanto que estos, son significantes que el Otro social inscribe, y con los
cuales el sujeto se identifica.
La función del analista
seria tomar el “soy toxicómano”, “soy drogadicto”
a nivel del significantes y no del signo, pudiendo de esta manera hacer de la
toxicomanía un síntoma que venga a
interpelar e interrogar al sujeto.